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XX Convención Juvenil

jueves, agosto 28, 2008

Amor… algo difícil de explicar, pero que me encanta vivir.



“- ¿Cómo llegaste aquí? ¿De dónde vienes? Altas son las murallas y difíciles, y sabiendo quién eres si te encuentran en este sitio, te darán la muerte.
- Con alas de amor pasé estos muros, al amor no hay obstáculos de piedra y lo que puede amor, amor lo intenta: no pueden detenerme tus parientes”.


Las anteriores líneas provienen de la pluma del gran dramaturgo inglés William Shakespeare. La obra… el mítico “Romeo y Julieta”. Esta es la historia de amor por antonomasia. La enemistad de sus familias (Montesco y Capuleto) no es obstáculo para los jóvenes amantes, que en la soledad de los jardines de una casa de Verona, intercambian dulces promesas y demostraciones de amor. Hoy, también, hablaremos, a través de estas líneas sobre el amor. Del amor más puro, específicamente de una relación de amor.

La Biblia presenta la historia de un joven profeta, a quien Dios le dice que debe casarse. No con la mujer de sus sueños, sino con una ramera. Esta es la historia de Oseas y Gomer. La mujer, según el texto sagrado, tiene “hijos de fornicación”, vale decir, sólo llevan el apellido de Oseas. Pero no sólo eso. La mujer, luego de un tiempo, se fue tras sus amantes. Oseas, en ese tiempo, estaba autorizado para dar carta de divorcio a la mujer, lo que le hacía legalmente soltero, por ende, podía volver a casarse. Pero el profeta recibe un mandato de Dios. Tiene que ir a buscar a su mujer. Lo hace, paga al proxeneta por ella la mitad de lo que valía un esclavo, y la lleva a su casa. Pero no sólo eso: la restaura. Prueba de ello, es que se desposa con ella, en otras palabras, se compromete en noviazgo. Anula en su mente el antiguo matrimonio para establecer con ella un nuevo pacto. Dios explica a Oseas el porqué de su vivencia. Dios quiso encarnar en él, su propio sufrimiento. Él es un Dios fiel, amoroso, que es como el padre que enseña a su hijo a caminar, que eligió a un simple pueblo agricultor y ganadero, teniendo como base el amor, que se duele y se compadece de Su pueblo (no pueden dejar de leer el capítulo 11 de Oseas). Pero el pueblo de Israel está sumido en la idolatría y en el peor de los pecados: ellos se olvidaron de Dios. Ante la infidelidad de Israel, Dios podría haber procurado el divorcio. Pero, al ver un verdadero arrepentimiento, les recibe, nuevamente, en pacto matrimonial. Dios se compromete a desposar a Israel. Les dice: “Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia. Y te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás a Jehová” (Oseas 2:19,20). El vocablo que se usa en el original hebreo, tiene el sentido de comprometerse en noviazgo con una virgen, lo que implica que Dios se olvidó de la infidelidad anterior, anula el matrimonio anterior y realiza un nuevo pacto. Esto nos ayuda a entender lo que sucede con nosotros cuando se nos perdonan los pecados en la justificación por la fe. Pablo declara que: “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo” (Romanos 8:1).

A partir del pasaje de Oseas 2:19,20 podemos definir la relación que Dios tiene con nosotros, Su Iglesia. Lo primero que hay que decir es que se trata de una relación de fidelidad. Los seres humanos, en muchas ocasiones mentimos y quebrantamos nuestra palabra. Dios no hace ninguna de estas dos cosas. Dios es fiel, a sus promesas, propósito y a su pueblo. Y lo mejor es que lo es a perpetuidad. Hay un pasaje en el libro de Isaías que grafica muy bien la fidelidad de Dios. Dice: “Pero Sion dijo: Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí. ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros” (Isaías 49:14-16). También Dios establece una relación ordenada y justa con nosotros, vale decir, que la establece en sus mandatos. El teólogo y reformador Juan Calvino señalaba que la ley tenía un triple uso al decir que: a) la ley es un espejo que refleja para nosotros tanto la justicia perfecta de Dios como nuestros pecados; b) Contiene el mal; y, c) Guía al que ha sido regenerado hacia las buenas obras que Dios ha planificado para la humanidad. Nada más lejos de la verdad, cuando entendemos que las Escrituras son nuestra única y suficiente regla de fe y de conducta. También, Dios establece con nosotros una relación de amor verdadero. Dios es amor, nos diría Juan en su primera carta. La palabra Amor, es una palabra compuesta por “A”, “sin” y “Mor”, “muerte”, o “fin”. Algo que permanece. La palabra griega que nos describe el amor de Dios (agapao) nos habla de un amor incondicional y sacrificial, de una irreductible benevolencia y buena voluntad, que siempre busca el bien de la otra persona, por sobre el bien propio. Es el amor sacrificial que da libremente sin pedir nada a cambio y sin considerar el valor. Agapao es un amor que se da concientemente, por lo tanto no nace de una emoción, sino más bien de la voluntad, eso hace que el amor de Dios permanezca para siempre. Por eso Pablo puede cantar con ferviente fe: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38,39). Ese amor lleva consigo la misericordia, es decir, da más de lo que uno merece. Te has fijado que cuando los hombres castigan, la mayoría de las ocasiones lo hacen motivados por la rabia o por la molestia. Dios, inclusive cuando nos castiga lo hace motivado por el amor. Él dice a través de Oseas: “¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o ponerte como a Zeboim?” – Adma y Zeboim eran pueblos colindantes a Sodoma y Gomorra que también fueron destruidas con ellas- “Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión. No ejecutaré el ardor de mi ira, ni volveré para destruir a Efraín; porque Dios soy, y no hombre, el Santo en medio de ti…” (Oseas 11:8,9). Finalmente, la relación de Dios con su Iglesia es de revelación continua, esto, porque busca el conocimiento. Conocer a Dios es una de las bendiciones del nuevo pacto, del cual nosotros fuimos hechos ministros competentes (ver Jeremías 31:34 y 2ª Corintios 3). No es un detalle menor señalar que esta expresión, “conocer”, sea ocupada como eufemismo al representar con ella la relación sexual íntima. Conocer a Jehová implica tener una relación íntima con Él. En otras palabras, el conocimiento que se produce acá, es resultado de habitar con Dios, no de visitarle (Salmo 91:1), por ende, no es resultado de manifestaciones, sino de estar en la presencia misma de Dios. Se trata, también, de un conocimiento experimental, de una vivencia. En este caso, como en tantas ocasiones, la experiencia supedita a la teoría. Esto me fascina de Dios, que se comprometa con nosotros y nos permita conocerle. Nada se compara a este conocimiento glorioso. Entiendo claramente al apóstol Pablo, cuando concibe todas las demás cosas como basura (literalmente, estiércol) al lado del conocimiento de Cristo. ¡Qué maravilloso será estar con Él y verle cara a cara! Esa es mi esperanza y el sustento de mi felicidad, espero que también de ti.

Esto tiene consecuencias. La fidelidad de Dios constituye siempre un sólido fundamento sobre el cual pueden descansar nuestra fe y nuestra esperanza. Aferrémonos a esa fidelidad, para que al empapar nuestras vidas de ellas, nosotros también podamos vivir junto a Él en fidelidad perpetua. Otra cosa importante a tener en cuenta, es que Dios no es justo por lo que hace, sino por lo que Él es. En su pureza, Dios no tolera ninguna forma de pecado. Entonces, para que nosotros podamos vivir en justicia debemos humillarnos continuamente ante Su presencia, para ser justos no por lo que hagamos, sino por lo que somos… hijos del Rey de reyes y Señor de señores.

El amor de Dios nos confronta a otro tipo de relación. Regularmente escuchamos a hombres y mujeres decir a sus pololas(os), novias(os) o esposas(os): “Te amo porque te necesito”. El amor que nosotros debiésemos tener a Dios, como también a la persona amada, tendría que decir: “Te necesito porque te amo”. Eso, en una fórmula pseudomatemática quedaría expresado en: 1 + 1 = 1. ¡Hoy más que nunca se hace necesario que cambiemos de motivación! Todo lo que hagamos, sentimos y pensamos debe estar calibrado con el amor del Señor. Esto, porque sólo en Él estamos completos. Amar a Dios nos motiva, nos da esperanza, nos hace ser felices. Amar a Dios nos hace amar a nuestro prójimo. Amar a Dios nos hace conocerle, y es ahí que entendemos que “el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará” (Daniel 11:32b). Es ése amor el que nos motivará a crecer, porque cuando amamos no trabajamos por motivaciones egoístas, sino que para la gloria de nuestro Amado Jesucristo.

Tenemos un Dios confiable, y lo es, porque ama. Eso a nosotros nos invita a una sola cosa: a amar.

Hno. Luis Pino Moyano.

Publicado en la Revista "El Despertar Juvenil" y en el blog de la Escuela Bíblica Juvenil

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